La corona by Nancy Bilyeau

La corona by Nancy Bilyeau

autor:Nancy Bilyeau
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Intriga
publicado: 2014-11-30T23:00:00+00:00


29

Apoyado en su bastón, el hombre del pelo canoso dijo:

–Hermana Joanna, soy el juez Edmund Campion, juez de la ciudad de Rochester. El médico experto Hancock ha solicitado mi implicación en este asunto debido a la delicadeza de la investigación.Tenemos ciertas preguntas que queremos que respondáis hoy. Cuando haya terminado con mis preguntas, escribiréis una declaración. Me han dicho que sabéis leer y escribir. ¿Es eso cierto?

–Sí, señor Campion –dije.

Miré a Geoffrey y esperé que diera alguna señal de que me reconocía. No lo hizo. Mostraba una expresión cortés y expectante.

Campion siguió la dirección de mi mirada hacia Geoffrey.

–Este es el señor Scovill, ayudante del buen orden de Rochester. Tiene una mente avezada y un fuerte par de piernas –repicó con su bastón–, por eso se lo he pedido prestado a su representante del orden mientras dure la investigación.

–Entiendo –dije.

Geoffrey saludó con una inclinación de cabeza, sin inmutarse.

Campion prosiguió.

–Veamos, hermana Joanna, os preguntaré sobre lo que habéis visto esta mañana en la habitación de huéspedes. Desgraciadamente, alguien había movido el cuerpo de lord Chester, como también el arma del crimen...

El médico gimió y se llevó la huesuda mano derecha a la sien.

–Como veréis, eso dificulta un poco la investigación –prosiguió Campion–. Nos vemos obligados a recrear las circunstancias de la muerte a partir de un minucioso interrogatorio.

Se interrumpió y se volvió hacia la priora.

–Hace mucho frío en esta sala, priora. ¿No tenéis medio alguno de encender un fuego?

La priora Joan arqueó las cejas.

–Esta es una casa religiosa, no un palacio. Nuestra sala caldeada de invierno, nuestro calefactorium, está situada al sur de la sala capitular. Si lo deseáis, podemos ordenar encender el fuego y que os acompañen allí.

Me fijé en que la priora no había mencionado que también en la enfermería había una chimenea encendida para caldear el espacio.

El juez Campion apretó la mano alrededor de su bastón.

–No os preocupéis. –Se volvió hacia mí–. Prosigamos. Os estaré muy agradecido si respondéis todas nuestras preguntas con todo detalle.

Les dije a los hombres todo lo que fui capaz de recordar: la postura de lord Chester en la cama tenía para ellos mucho interés, así como la ubicación exacta de los trozos del relicario. El médico se sentó en una silla y me preguntó por el color y la textura de la sangre y, aunque me encogí de asco, hice lo posible por describirlo. Él escribía mis respuestas en un pliego de pergamino. Campion me sonreía, complacido cada vez que yo recordaba un nuevo detalle. «Ah, muy bien», exclamaba. Geoffrey se limitaba a escuchar.

–¿Cuál era el estado de ánimo de su ojo intacto? –preguntó el médico.

Negué con la cabeza. No estaba segura de a qué se refería.

–¿Era melancólico, flemático, excitado o colérico? –preguntó.

Intenté recordar la expresión de aquel ojo. Me había formado una impresión al verlo, pero en ese momento me resultó difícil articularla.

–Diría que próxima a la melancolía –dije por fin.

–Es decir, que no era colérica. ¿Tampoco atemorizada ni enojada? –preguntó el médico, frunciendo concentradamente sus pobladas cejas grises.

–No –dije–. Estaba... sorprendido, pero no perplejo.



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